El sentir de la sociedad peruana: el por qué del nuevo gobierno

Fotografía: Imagen de LoggaWiggler en Pixabay

Por Marialexandra Horna Arrieta, estudiante de economía de la Universidad del Pacífico

No podemos ignorar el Status Quo del Perú al año 2021. La reciente proclamación de Pedro Castillo como presidente de la República del Perú y lo que su nombramiento representa: “el presidente del Bicentenario” es un llamado al recuerdo de que existen 2 Perú(s). El fenómeno Castillo inició como la manifestación “más democrática posible” de la voz de las personas que fueron excluidos de un sistema que nunca los representó en los últimos 30 años. ¿Cómo llegamos a esto?, se preguntan los peruanos ¿Si económicamente teníamos excelentes resultados a nivel región de Latinoamérica, con nuestras grandezas fiscales, con nuestras reglas macroeconómicas, con un modelo que por 20 años aparentemente funcionó, en qué momento la mayoría busca una revolución? ¿Es que acaso, para algunos, dicho modelo no ha servido de nada? 

Ante este panorama, en los últimos meses los peruanos hemos sacado a relucir nuevamente los diagnósticos sobre la situación de desigualdad, sus características específicas en el país, y sobre todo sus implicancias en política. El análisis en respuesta a preguntas como: ¿Por qué dicho modelo, que no ataca la pobreza y desigualdad, ha sobresalido tanto tiempo? ¿Por qué no se han puesto en práctica estrategias de desarrollo más equitativas? tienen como trasfondo, buscar explicar la constancia o (en mejores palabras) la falta de un cambio a los niveles de desigualdad entre ciudadanos peruanos. 

Considero que la existencia de tantas desigualdades y sentimientos negativos entre sus ciudadanos peruanos impiden que el país sea viable. Dado el SQ actual y bajo una perspectiva histórica, existen conflictos desde la formación de “nación” y un escaso alcance del Estado peruano, por lo que, si no se presenta un cambio estructural con el que se minimicen las brechas sociales, la sensación (o lo que queda) de sentimiento de Nación quedará en la ruina y solo quedará institucionalmente una precaria formación de un Estado peruano. 

Antes de argumentar, considero relevante explicar qué entiendo por la “viabilidad de un país”. Entendamoslo como un proyecto de “Construcción de un país”, el cual se logra desde 2 planos. Primero, desde un plano formal, el cual implica que un país quede instaurado. En el caso peruano, ello se dio desde el momento de su independencia y como tal, es un país libre de la monarquía española, que posee soberanía, un territorio autónomo, etc. Asimismo, corresponde a la organización política, a la existencia de un control formal de administración, población y territorio que se da mediante la materialización de reglas de juego explícitas, reglamentadas y vinculantes con las personas por Ley. Para ejemplificarlo, en el Perú algunos elementos son: la institucionalidad, legitimidad y la división de los 3 poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial. Segundo, el elemento inmaterial que corresponde al concepto de Nación, esta la definimos como la personalidad singular de un país, la cual está compuesta por todos los elementos históricos, culturales, sociales, políticos, religiosos, económicos, etc. y que permiten que un país ocupe un lugar particular en el escenario internacional.  

Considerando lo anterior, para formar una nación y lograr su estabilidad en el tiempo es necesario que los individuos que la conforman, generación tras generación, reconozcan los elementos y canales que componen al país.

Sin embargo, hemos fallado como nación porque no existe un verdadero reconocimiento social a la diversidad que existe dentro de cada uno de estos elementos históricos, culturales, sociales (o por lo menos, no de manera mayoritaria).  OJO: no me refiero a que no exista reconocimiento a nivel formal (en papel) como lo existe al tener políticas de discriminación positivas para comunidades indígenas. Me refiero a cómo la sociedad les atribuye valor a las diferentes versiones para cada elemento. Todos los humanos, afectivamente se identifican y aman a algo que les es cercano, y esta misma lógica es lo que les da fondo a las identidades nacionales. Sin embargo, no para todos los peruanos la existencia de ciertos elementos que construyen la identidad nacional peruana diversa siguen esta lógica. 

En este sentido, fallamos como nación porque no existe una identificación afectiva con los elementos que componen la identidad nacional. Por un lado, no existe una identificación afectiva para con los ciudadanos. Ser ciudadano significa ser parte de una patria donde uno es considerado como un connacional, en el que perteneces a una comunidad imaginaria y respetas a las instituciones comunes y a las leyes. Por otro lado, no existe una identificación afectiva a la lengua y costumbres que son importantes para la formación de una identidad nacional, independientemente si son con las que efectivamente has crecido o no.  Aquí es relevante preguntarse ¿De dónde surge esta falta de afecto hacia los anteriores 2 elementos? 

Ello surge por las condiciones de desigualdad que, de alguna forma, son perpetradas por agentes con mucho poder de acción dentro de la sociedad peruana. Existe un rechazo/fobia hacia los pobres por parte de quienes desean conservar su privilegio y mantener el control que tienen sobre los diversos medios de control social: medios de opinión, comunicación, instituciones políticas, etc. Bajo esta misma línea, son ellos quienes han tenido el poder de estigmatizar a las personas en condiciones de pobreza. La estigmatización del peruano de clase baja como idea y comportamiento normalizado es fundamental para explicar el carácter excluyente (es decir, que excluye a un grupo, en este caso, a los pobres) de la construcción de nación en el Perú. Este es un tipo de racismo, que es “discreto o silencioso” porque es institucional, hegemónico, legitimador y normalizado.  Al racializar determinada cultura, en el imaginario del peruano, se elabora un “otro”, un “no blanco” como depositario y agente de pobreza, que representa el atraso cultural y el fracaso nacional. El percibir que las desigualdades socioeconómicas y políticas son inevitables y deseables, al poner a cada cual “en su lugar”, el racismo construye un orden “normalizado” que, a la percepción del imaginario peruano, resulta óptimo, dadas las supuestas aptitudes raciales y culturales de cada peruano. Por ello, el racismo en el Perú ha estructurado las jerarquías sociales y con ello, ha configurado las políticas de desarrollo. 

De esta manera, su reproducción constante nos ha llevado a que exista una minoría de personas con supremacía en todos los pilares: económica, social, política, etc. y una gran mayoría que vive en condiciones estructurales precarias con mucha desigualdad. Ello ha impactado negativamente en el crecimiento y ha limitado la búsqueda de una integración nacional. 

Hemos fallado como nación porque son inexistentes los mecanismos de reivindicación a las diferencias étnicas y culturales, a sus estilos de vida, y a sus expresiones. Dicha reivindicación nunca se llevó a cabo, debido a que la acción del Estado y la acción política ha tenido aproximaciones únicas ante situaciones diversas. En las noticias relacionadas a protestas, por ejemplo, el Baguazo, observamos que el común denominador es la existencia de un reclamo para el reconocimiento de las diferencias que efectivamente merecen atención. Sin embargo, se cree que, al tratarse siempre de un reclamo para el reconocimiento de las diferencias, “la receta” para solucionarlo es la misma. Es decir, a pesar de que una de las claves para enfrentar los problemas de representación está en el reconocimiento de las diferencias entre actores, audiencias, sectores (en simple, mirando el carácter particular); se acciona mirando el colectivo o agregado en grandes clivajes, de las demandas y aspiraciones ciudadanas. Ello se complementa con las ideas acerca de la ubicación y origen de la riqueza y pobreza en el Perú. Al estar configuradas por el profundo racismo, el carácter de las estrategias de desarrollo aplicadas por los gobiernos peruanos desde mediados del siglo XIX se enfocó casi exclusivamente en la explotación de los recursos naturales y con una inversión mínima en el desarrollo de las capacidades y libertades de la población peruana. 

A modo de cierre, se entiende que no es viable un país que presenta tantas desigualdades sociales debido a los problemas históricos que se han ido acumulando tanto para la construcción de nación como desde el mismo rol institucional del Estado. Ello debido, por un lado, al racismo y estigmatización del peruano pobre, de cómo ello se configuró en las políticas de los personajes públicos y con cargos relevantes, del dinamismo de cada agente y de los diferentes roles y pesos de cada individuo dentro del sistema peruano. Por último, deseo culminar dejando una interrogante que considero todo peruano desea encontrar respuesta: ¿Cuánto más esperaremos para “equiparar la balanza”? ¿Es el presidente del Bicentenario quien iniciará un precedente para las futuras generaciones en “equiparar la balanza”; o cuánto más esperaremos para reducir su desequilibrio?

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